domingo, 15 de julio de 2012


EL SEMI DIOS BES
Estatua de Bes. Entrada al Museo Arqueológico de Estambul.
Moisés Cayetano Rosado
Sin duda, Estambul es una de las ciudades más impactantes y bellas del mundo. Si vamos en ferry desde el Cuerno de Oro hacia el Bósforo y bajamos al Mar de Mármara, dejando “Asia a un lado, al otro Europa” -como escribía José de Espronceda en “La canción del pirata”-, se nos presenta enfrente y nos rodea la metrópolis de 15 millones de habitantes, anticipada en este entrante marítimo que es el Cuerno por inmensos palacios y lujosísimos complejos de viviendas ajardinadas.
Asia a un lado, al otro Europa, y allá en el frente Estambul.
Cuando pasamos en barco por debajo del Puente de Gálata, nos queda a la izquierda la Torre de Gálata y a la derecha la Mezquita Nueva, dos de los monumentos más visitados por los turistas, que en grandes masas fotografían su increíble grandeza.
Masificación en la Mezquita Azul.
Pero enseguida, y siempre a la derecha, entrados ya en el Bósforo, contemplamos el inmenso espacio boscoso del Palacio Topkapi, ofreciéndose en su cercanía la Iglesia-Museo de Santa Sofía, la Mezquita Azul y la Basílica Cisterna: todos ellos los complejos monumentales más frecuentados por las masas internacionales, que invaden sus espacios y hacen difícil desenvolverse por los mismos.
Junto a estos monumentos, la Mezquita de Solimán el Magnífico, la Iglesia de San Salvador en Cora, el Gran Bazar y el Bazar de las Especies, son los lugares preferidos por el turismo mundial, no sin acierto pues el arte bizantino y otomano, así como el bullicio mercantil, son de un atractivo irresistible.
Mezquitas iluminadas al anochecer.

Sin embargo, pocos son los que se acercan -comparativamente- al Museo Arqueológico -entre Santa Sofía y el Palacio Topkapi-, que resulta ser uno de los mejores del mundo en cantidad y calidad de piezas expuestas.
En realidad es un conjunto de museos, entre los que destacan el propiamente llamado así, el Museo del Antiguo Oriente, el Pabellón de los Azulejos (selyúcidas y otomanos) y los jardines centrales, en que se acumulan tumbas licias, columnas griegas, capiteles romanos, sarcófagos de todo tipo.
Sarcófago de Alejandro Magno en el Museo Arqueológico.
Del III milenio antes de Cristo al siglo XIX, se encuentran piezas de incalculable valor y belleza: el sobrecogedor Tesoro de Sidón, con sus impresionantes sarcófagos, destacando el de Alejandro Magno, lleno de movimiento, convulsión, precisión anatómica en el desenvolvimiento de las batallas, con soldados y caballos adaptándose magistralmente al marco de los paños y casi saliéndose al exterior en el fragor de la lucha, expresando en los rostros el valor, el arrojo, la tensión, el furor…; escultura griega, romana, bizantina, persa, egipcia; miles de monedas, piezas de alfarería y tablillas de escritura cuneiforme; los increíbles hallazgos de las culturas de Anatolia y Troya (9 capas de civilizaciones sucesivas en el subsuelo)…
Es para echar en este complejo museístico toda una mañana. Recrearse en este inmenso libro de la historia del arte, que a veces abruma por su abundancia y grandiosidad. Con la ventaja añadida… de la escasa presencia de tumultos humanos que te llevan y traen como si se fuera marionetas.
¡Ah! Y a la entrada misma del Museo, nos recibe -gigantesca, deforme en su tosquedad sobrecogedora, rústica, hierática, frontal, voluminosa, con sus barbas rizadas y su ademán impasible, indiferente, sosteniendo lo que parece ser un bóvido que apenas alcanza la mitad de su altura, con oquedad en su cabeza, como si fuera la boca de una fuente- la estatua sorprendente de Bes, semi dios de poder y fuerza inagotable y protector contra el mal, presente en diversas culturas orientales.
¡Qué reconfortante la presencia de éste amparador de los partos, de los recién nacidos, de los necesitados…, de esta “bestia” buena que cuida la belleza y el bien! ¡Qué necesario en estos tiempos convulsos en los que todos son noticias que nos azotan y nos hieren, por las medidas lacerantes contra las mismas víctimas de una crisis que los que siempre se llevan la parte sustancial propiciaron!
Que el semi dios Bes, del Museo Arqueológico de Estambul, nos proteja, ya que parece que hemos sido abandonados por los otros dioses, a la postre siempre mirarando solo para ellos.
Barcaza orillada vendiendo caballas asadas en el Cuerno de Oro
Visiten Estambul, oigan cinco veces al día la llamada a la oración del almuecín, rítmica y solemne, saliendo de los alminares de las más de 2.500 mezquitas de la población: siempre nos cogerán cerca tres o cuatro, cuyas llamadas se alternan, acompasan y envuelven. Huelan sus especias y kebabs. Admiren su monumentalidad. Coman caballas asadas que les sirven desde barcazas orilladas en el Cuerno de Oro, entre la Mezquita Nueva y la Mezquita de Rüspempasha, donde el Puente de Gálata. Entren en sus mezquitas, donde siempre serán recibidos con hospitalidad. Regateen moderadamente precios en sus bazares, mercados, mercadillos. Impresiónense con el deambular de sombras de las turistas árabes, tan ocultadas y armadas de tecnología (cámaras de fotos, móviles, tabletas…) último modelo. Contemplen las espléndidas  luces de la noche… Pero no olviden una visita al Museo Arqueológico… y de encomendarse al semi dios Bes, por lo que pueda acontecer.
http://moisescayetanorosado.blogspot.com
www.digitalextremadura.com
http://aviagemdosargonuatas.blogs.sapo.pt

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