viernes, 10 de agosto de 2012


CIEN AÑOS DE JORGE AMADO

Por MOISÉS CAYETANO ROSADO
El día 10 de agosto se cumplen cien años del nacimiento de Jorge Amado, que moriría poco antes de cumplir los 89, el 6 de agosto de 2001. Seguramente, después de Paulo Coelho, es el escritor brasileño más conocido en el mundo, el más leído y admirado. Las traducciones de sus obras se multiplican en buen número de países, siendo España uno de los que tienen mayor cantidad de sus novelas volcadas al castellano.
Accedí a él precisamente en mi propio idioma, a través de una obra llena de ironía, de gracia; revulsiva y divertida: Los viejos marineros o El capitán de Ultramar, que me llevó de inmediato a otra no menos desenfadada y rompedora de moldes pequeñoburgueses: Gabriela, clavo y canela.
Aquella narrativa tan vitalista, fluida, amena y a la vez incisiva me estimuló a buscar su profundo sentido leyendo en  “versión original”, pues todos sabemos cuánto puede perder una obra creativa en la reinterpretación que siempre es una traducción. Así, busqué no hace muchos años los títulos de Jorge Amado en diversas librerías, pero con poco éxito; recurrí a “librerías de viejo” y mercadillos de fines de semana, logrando obras impagables del autor, si bien Planeta de Agostini lanzó su “Biblioteca de Jorge Amado” hace unos cinco años (curiosamente impresos los 30 volúmenes de la colección en  Barcelona, aunque en portugués), con una impresión y encuadernación impecables, lo que contribuyó a un mayor acercamiento si cabe al gran público y a una peregrinación periódica a Portugal de los “incondicionales”, para lograr lo mejor de su obra (¡menos mal que vivo en la frontera!).
Si aquellas dos novelas en castellano me cautivaron, su lectura en portugués “brasileiro” me descubrió matices imposibles de traducir. Diminutivos de una gracia infinita, ensamblados en unos diálogos de enorme agilidad, con descripción de situaciones que hay que leerlas en su idioma para sacarles todo su “jugo” de frescura, su malicia sana y divertida.
Pero las nuevas adquisiciones me llevaron a ver otras dos facetas extraordinarias de Jorge Amado, que multiplican su valor: la candidez de sus obras para niños y la fuerza acusatoria de sus novelas comprometidas con los más castigados y débiles de la sociedad bahiana y por extensión los explotados de todo el mundo entero.
¡Qué candor esa historia de amor de O gato Malhado e a andorinha Sinhá! ¡Qué gracia la de A bola e o goleiro, también con el amor de fondo!
Sin embargo, las otras narraciones, las del compromiso social, las de denuncia, las novelas desgarradoras que constituyen la parte sustancial de su obra, me dejaron sin aliento, por su valentía, su firme denuncia y la belleza formal de su estructura. Así, desde la primera, O país do carnaval (publicada cuando tenía 19 años), seguida de Cacau (de dos años después) y Suor (año siguiente), me enfrenté con un firme defensor de los débiles y desamparados, que se reafirmaría en obras contundentes, como Capitães da areia, Terras do Sem-Fim, Teresa Batista cansada de guerra o Tocaia grande, que retratan personajes y situaciones lacerantes, duras y desalentadoras. La valentía de su denuncia, narrada con la calidad de su prosa magistral, le llevaría a no pocos problemas con el gobierno brasileño, que desembocaron en su exilio.
Menos mal que en medio de tanto desaliento nos “entregaba” también otro de sus romances más divertidos, tal vez el más desenfadado y pícaro de todos: Dona Flor e Seus Dois Maridos, que me hicieron reencontrarme con el estilo de aquellas obras que leí en castellano y me impulsaron a buscarlas y ampliar con otras lecturas en su “portugués de Bahía”; impagable en sus recursos jocosos, candorosos y comprometidos, tres de sus características esenciales como narrador.
Cada título en sí es acertado como resumen del contenido. Retratos de personajes, dibujos de situaciones, encuadres de tiempos y de espacios magistrales que entre risas, dulzuras y firmes denuncias, son todo un universo literario que ahora, al celebrar el centenario de su nacimiento y recordar los once de su desaparición, se nos hacen presentes con toda su grandeza, estimulando a una nueva relectura. ¡O al descubrimiento de este gran autor para los que no hayan tenido la fortuna de leerlo todavía!

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