sábado, 11 de mayo de 2013


OTRA VUELTA DE TUERCA EN LA EMIGRACIÓN
Moisés Cayetano Rosado
Los países mediterráneos hemos sido históricamente territorios de intensos movimientos de población. De migraciones que en el fondo tenían una motivación común y profunda: la necesidad de encontrar una tierra de promisión, un lugar donde vivir sin las extremas necesidad que impulsan a buscar suerte en un lugar distinto al de partida.
De ahí nuestra variedad étnica, nuestra diversidad cultural, social, artística, material. Y de ahí nuestra presencia por todos los rincones del planeta, que en el caso concreto de España y Portugal nos llevó a una representación inigualada en América, donde siguen viviendo tantos de nuestros compatriotas y descendientes.
Por lo que respecta al período de posguerra, tras la convulsa II Guerra Mundial, el destino de nuestra diáspora cambió, llevándonos fundamentalmente a Europa, además de a movimientos demográficos internos -del campo a la ciudad, del interior a la costa-. En el caso de regiones como Alentejo en Portugal y Extremadura en España, supuso el trasvase de casi el 50% de su población, o sea, la pérdida de la mitad de sus habitantes, desde 1955 a 1975, en que se detuvo el proceso a causa de la Crisis Mundial de 1973.
Más de dos millones de españoles y un millón y medio de portugueses marcharon a Centroeuropa entre 1960 y 1975, lo que supuso a uno y otro el 6% y el 16’5% de su población. Además, para esa fecha, quedaban en Argentina 1.300.000 españoles y en Brasil 950.000 portugueses.
En cuanto a las dos regiones mencionadas -que fueron los casos más extremos- , extremeños en el resto de España eran por ese tiempo más de 800.000 y alentejanos 400.000; quedaban en sus regiones poco más de 1.000.000 y 500.000 respectivamente. Con el agravante que los emigrantes eran personas jóvenes en edad productiva y reproductiva, con lo que el crecimiento vegetativo de los que marcharon fue mucho mayor que el de los que quedaron; así, se puede concluir que ellos y sus descendientes suponen tantos habitantes como la población residente.
Pasada la Crisis del 73, asistimos a un fenómeno nuevo en nuestra Edad Contemporánea: la recepción de emigrantes del exterior en nuestro suelo, en cantidades masivas. Así, España pasa a tener de 198.000 emigrantes regularizados en 1981 a 5.750.000 en 2010 (el 12’5% de sus habitantes), momento culmen del proceso y a partir del cual comienza la cifra a descender paulatinamente, a resultas de la nueva crisis mundial del momento. En Portugal había 54.000 inmigrantes en 1981, que pasan a 455.000 en 2009 (el 4’3% de su población), fecha a partir de la cual descienden por la misma causa.
Procedían los asentados en España fundamentalmente de Rumanía (850.000 en 2011, el 14’8%), Marruecos (770.000, el 13’4%) y Ecuador (360.000, el 6’3%). En Portugal, de Brasil (120.000, el 30%), Ucrania (50.000, el 11’2%) y Cabo Verde (44.000, el 10%).
Incluso las regiones más castigadas en los años del desarrollismo europeo (1960-75, esa época de planificación desigual, especulativa y dilapidadora de recursos limitados) también recibieron trabajadores de fuera, aunque en proporciones menores, cual es el caso de Extremadura y Alentejo, con  50.000 la primera y menos de la mitad la segunda.
¿Con qué nos encontramos hoy día? Con un nuevo proceso: un crecimiento del paro y unas expectativas de futuro extremadamente pesimista, que están llevando a muchos inmigrantes a regresar a sus lugares de origen, y un “nuevo proyecto migratorio” para nuestros jóvenes que ven su posible salida laboral de nuevo en Centroeuropa, además de Canadá o Brasil, e incluso en lugares tan apartados como el Este asiático.
¿Diferencia? Ahora hablamos de jóvenes más preparados, cualificados técnicamente, con dominio de idiomas en gran parte, que buscan una salida laboral en su profesión o similares, o incluso “en lo que sea”. Pero aun así, las posibilidades de una solución satisfactoria son hoy por hoy una utopía, con escasas ofertas, muy por debajo de las expectativas y contrataciones inestables. En ese sentido, el “bloqueo migratorio” se nos presenta como una particularidad nueva e imprevisible. Es otra vuelta de tuerca en este “tornillo sin fin” de nuestro constante vaivén de emigración-inmigración, en la que los orígenes y destinos se hunden en la nebulosa de un tiempo en que parece que hemos perdido la partida. ¿Acaso ha llegado la hora de los países del Extremo Oriente, a cuyos emigrantes que en el siglo XIX engañaban en América como “a chinos” y han despertado como un dragón durmiente al que le llegó la hora del dominio?

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