martes, 19 de noviembre de 2013

ALCÁNTARA, CIUDAD DE FRONTERA
Moisés Cayetano Rosado
Al igual que Valencia, la ciudad de Alcántara está a un paso de Portugal, a donde nos invita a penetrar a través del puente romano más bello y monumental que existe, escasos metros más abajo de la espectacular presa, en la confluencia de los ríos Tajo y Alagón.
De 194 metros de longitud, 8 de anchura y 61 de altura, se sustenta sobre seis extraordinarios arcos de medio punto, de sillares graníticos perfectos. En el centro, sobre pretiles, se eleva el arco de triunfo, con inscripciones referidas a Trajano y los 11 pueblos indígenas que sufragaron su construcción, y con lápidas conmemorativas de Isabel I y Carlos V, en cuya época se le añadieron las almenas.
Al tomarlo, para encaminarnos al país vecino, dejamos atrás un templete en honor al emperador Trajano -de cuya época es el monumento- y los dioses Romúleos; en el otro extremo, se levanta la torre defensiva de la fortificación, del siglo XVIII.
Y de este modo, entre un siglo y otro, del II al XIX, la ciudad extiende al visitante sus tesoros, que nos obligan a una placentera visita reposada. Romanos, árabes, caballeros de la Orden Militar de San Julián del Pereiro (cambiando al nombre “de Alcántara”, al instalarse aquí en 1218), así como religiosos y militares de la Edad Moderna, nos han proporcionado un legado singular.
De los primeros, el magnífico puente y su templete. De los segundos, la traza urbana, el típico encalado de fachadas, las cilíndricas chimeneas cupuladas. De los terceros, señoriales palacetes, iglesias tardorrománicas y góticas, ermitas y especialmente el Conventual de San Benito, levantado por la Orden de Alcántara.
El Conventual, Casa prioral de la Orden –convento, hospedería e iglesia- se construyó en el siglo XVI, siendo en su exterior de estilo renacentista, con atractivo claustro gótico interior y templo de tres naves, de ornamentación plateresca. Allí, tras su acertada restauración, se celebran frecuentes actividades culturales, sobresaliendo el Festival de Teatro Clásico, de periodicidad anual, lo que hace de Alcántara una ciudad imprescindible en la ruta de los espectáculos culturales del oeste de la Península.
Ya en la plena Edad Moderna, además de culminarse el Conventual, destacan los palacios de los Topete Escobar, de los Barcos y de Torreorgaz, así como la ermita de los Remedios y la iglesia de San Pedro de Alcántara, en cuya entrada -en la plaza- encontramos una magnífica escultura del santo natural de la villa. De esta época son los importantes restos de muralla abaluartada que reforzaron la medieval y defendieron la ciudad en las continuadas guerras con los vecinos portugueses.
A causa de ello, la ciudad fue fortificada “a la moderna”, con un recinto abaluartado, del que se conserva buena parte de su lienzos de murallas y baluartes, que necesitan de una actuación restauradora para ponerlo en valor, pues es un patrimonio monumental e imprescindible para conocer la historia de nuestra Raya.
Pero con ser toda la ciudad un puro monumento, no lo es menos el arte de su cocina, expoliando las propias tropas napoleónicas el recetario de los frailes del convento de San Benito, con lo que después se alzaría en buena parte la refinada y famosa “cocina francesa”. Todos aquellos platos que hablen “de Alcántara” -si no hay fraude- han de ser de garantía. ¡Qué bacalao... a la moda de Alcántara, frito con aceite de oliva, patatas, espinacas y ajo! ¡Qué perdiz... a la moda de Alcántara, con su brandy, vino de Oporto, mantequilla, almendras, pimienta negra y sal! ¡Qué delicia de faisán!

Para postre, mormenteras -¡también!- de Alcántara, extraordinario dulce de origen árabe. Todo ello en sus múltiples y asequibles restaurantes, que alegrarán el camino de todo visitante.

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