jueves, 3 de noviembre de 2016

LA PARADÓGICA ATENCIÓN A LOS REFUGIADOS

Moisés Cayetano Rosado
Doctor en Geografía e Historia

Sabemos mucho en España y en nuestra vecina Portugal de refugiados, de expulsiones, de huidas por el peligro para nuestra integridad. Los Reyes Católicos firman el decreto de expulsión de los judíos en 1492, tras que la Inquisición llevara tiempo actuando drásticamente contra ellos. D. Manuel de Portugal lo haría en 1496, en medio de cruentas represiones. Van a ser los territorios del norte de África y del Este del Mediterráneo quienes acojan en su diáspora a esta importante y emprendedora población.
Entre 1609 y 1613 será Felipe III quien eche de la Monarquía Hispánica a los moriscos. Nuevamente el norte de África y también el oeste europeo acogerán a la población desterrada, que supuso una enorme pérdida demográfica y productiva para España, sumada a la grave decisión anterior, tan lesiva para el desenvolvimiento y la prosperidad peninsular.
Las penalidades de judíos y moriscos en la Edad Moderna son bien conocidas por la amplia documentación divulgada en múltiples estudios publicados, que nos hacen ver lo ruin y ruinoso de unas decisiones tan injustas y traumáticas, tan crueles, tan desesperantes para las víctimas, que en su nuevo destino hubieron de abrirse camino  entre la desconfianza, la hostilidad, el menosprecio.
Pero esta violencia, las expulsiones y dificultades de refugio, no son exclusiva del choque por diferencia étnica o de creencias religiosas y de mentalidades. La doctora Emília Salvado Borges nos muestra en su documentadísima obra “A Guerra de Restauração no Baixo Alentejo (1640-1668)”, publicado por la lisboeta Edições Colibrí en diciembre de 2015, cómo en Moura se refugiaron  habitantes de aldeas cercanas de su propio término municipal (Póvoa y Amareleja) con las pocas cabezas de ganado ovino y caprino que les quedaban después de ser sistemáticamente robados por los vecinos enemigos españoles; participaban en las guardias y alarmas, pagando los mismos impuestos que los de allí, pero no les era permitido llevar sus rebaños a los pastos comunales, siendo multados por el poder municipal. También nos presenta casos de maltratos en la comarca de Beja a ganados y pastores alentejanos huidos de la primera línea de frontera, tildándolos de egoísmo y falta de solidaridad.
Dando un salto en el tiempo, vemos cómo los exiliados de la Guerra Civil española, a partir de 1939, atraviesan los Pirineos o el Estrecho de Gibraltar, encontrándose con las terribles alambradas de los campos de refugiados en playas sin abrigo y arenas de desierto. Campos de concentración y desesperación, de los que algunos republicanos optan por retornar a España, incluso sabiendo que les esperaba la implacable represión de los vencedores, “prefiriendo la cárcel e incluso la muerte”, como señala el catedrático de Historia Juan B. Vilar en “La España del exilio” (Editorial Síntesis, 2006 y 2012).
Después, los republicanos que logran llegar a México -gracias fundamentalmente al empeño personal del Presidente Lázaro Cárdenas-, sufrirán el rechazo no solo de buena parte de la población nativa, desconfiada de los “nuevos invasores”, sino -como escribe el poeta León Felipe en su desgarrador poemario “El español del éxodo y del llanto”- de “los viejos gachupines de América,/ los españoles del éxodo de ayer/…/ y ahora… nuevos ricos”.
¿Cómo extrañarse, entonces, de esta nueva, repetida, trágica avalancha de refugiados que vienen de las guerras de África, de las masacres de Oriente Medio, del juego de poderes mundiales que se libra en Siria, y ante la que se blinda Europa en las fronteras calientes del Mediterráneo?
Sin embargo, no todo es desesperanzador. No todo insolidaridad, egoísmo sin medida. Ahora publica Edições Colibrí en Portugal el libro de Dulce Simões “A Guerra de Espanha na Raia Luso-Espanhola” (al que antecedió su versión española, editado en 2013 por la Diputación de Badajoz, así como otro específico sobre Barrancos, población crucial en los sucesos, igualmente en español y en portugués). En él expone la fraternal acogida especialmente del Baixo Alentejo para con los huidos desde los pueblos limítrofes del norte de la provincia de Huelva y el sur de la de Badajoz: recibieron refugio, alimentación, abrigo… de la gente sencilla, trabajadora, así como del propio teniente de la Guardia Fiscal, António Augusto de Seixas, al mando en la zona, que improvisó campos de refugiados bajo su responsabilidad, y ello a pesar de la connivencia de la Dictadura portuguesa de Salazar con el ejército sublevado contra la República española.

Dos caras de la misma moneda: la actitud y acción humana frente a la adversidad del que se hunde en el espanto. Desoladora en los casos relatados en distintos momentos de la historia. “A luta desesperada das comunidades pela sobrevivencia, mas também o egoísmo e a falta de solidaridade”, que denuncia la citada Emília Salvado Borges. Pero esperanzada en esta “raya de luz” mostrada por Dulce Simões en “Frontera y Guerra Civil española”, que “unió a las poblaciones de Barrancos, Encinasola y Oliva de la Frontera a lo largo del tiempo independientemente de la política de los estados ibéricos” (pg. 364, en la edición de 2013). ¡Obligada lectura para todos y en especial para los que tienen en sus manos la responsabilidad directa de los actuales refugiados que mueren en el mar y entre las alambradas que se les ponen en nuestros territorios!

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