domingo, 11 de diciembre de 2016

FRONTERA Y VIDA COTIDIANA EN LOS ESCRITORES CONTEMPORÁNEOS DE LA RAYA/RAIA
Entrada al cementerio de Vila Viçosa y tumba de Florbela Espanca
Moisés Cayetano Rosado
De nuevo estaré con los alumnos de postgrado de la Universidad de Mayores de Badajoz (el 15 de diciembre) para hablar de la Raia/Raya, como ya hiciera el 20 de octubre pasado (http://moisescayetanorosado.blogspot.com.es/2016/10/curso-de-postgrado-de-la-universidad-de.html).
Esta vez, “remataré” lo que quedó pendiente de la sesión anterior (Red fortificada luso-española) y avanzaremos en el tiempo para pasar a finales del siglo XIX y el siglo XX, de la mano de escritores que nacieron y vivieron la Raia/Raya con amor y pasión.
La poeta calipolense Florbela Espanca nos situará en este espacio seco y duro de Alentejo-Extremadura, con su sed de agua, de horizontes de futuro, a través de uno de sus sonetos más sobrecogedores: “Árvores do Alentejo”. Es impresionante que una persona que vivió solamente 36 años llegara a tal profundidad en su poesía y a una intensidad de vida tan extraordinaria… a la que puso fin tras dos intentos anteriores. Allá, en su pueblo, descansan sus restos, dentro del bellísimo recinto medieval de Vila Viçosa.
“Árvores do Alentejo”. Florbela Espanca (1894-1930), en "Charneca em Flor” (1931) https://www.youtube.com/watch?v=WSrY0rJELdM
Ao Prof Guido Battelli

Horas mortas... Curvada aos pés do Monte
A planície é um brasido... e, torturadas,
As árvores sangrentas, revoltadas,
Gritam a Deus a bênção duma fonte!

E quando, manhã alta, o sol posponte
A oiro a giesta, a arder, pelas estradas,
Esfíngicas, recortam desgrenhadas
Os trágicos perfis no horizonte!

Árvores! Corações, almas que choram,
Almas iguais à minha, almas que imploram
Em vão remédio para tanta mágoa!

Árvores! Não choreis! Olhai e vede:
- Também ando a gritar, morta de sede,
Pedindo a Deus a minha gota de água! 

Monumento a Gabriel y Galán
en Cáceres
A continuación, nos “cogeremos de la mano” de José María Gabriel y Galán (salmantino que arraiga en la provincia de Cáceres), ligeramente anterior a Florbela, pero que igualmente murió joven, con 35 años, y que ha sido tan admirado como denostado, por el costumbrismo de muchas de sus composiciones, tildadas de “conservaduristas”, pero que contienen una “sabiduría popular” verdaderamente extraordinaria. Aparte de que en buena parte de su extensa producción asistimos a la exposición de una denuncia social de la situación de los campesinos verdaderamente conmovedora, valiente, apasionada, como ocurre en “Los postres de la merienda” o en “Los sedientos”, de una fuerza poética y una crudeza que pocas veces vemos en la literatura universal, y que constituyen un “aguafuerte” de lo que en nuestra Raia/Raya era destino común de tantos indigentes. Su muerte por enfermedad nos privó de la prosecución de una obra y la consolidación de una mentalidad raramente igualada.
José María Gabriel y Galán (1870-1905)
Los postres de la merienda (1901)
El sol quemaba, y al mediar el día
interrumpió Francisco la faena:
una faena trabajosa y ruda,
menos propia de hombres que de bestias.
Y laxos ya los músculos de acero,
medio asfixiado, con las fauces secas,
limpiándose los ojos escaldados
y mascando el polvillo de la tierra,
a la sombra candente de un olivo
se dispuso a comerse la merienda:
un pedazo de pan como caliza
y un trago de agua... si la hubiese cerca.
«¡Y entavia gruñi el amo! -meditaba-.
...   …   …    …   …   …   …   …   …
Seguiremos asín, como poamos,
aguantando, aguantando lo que venga,
jasta que ya se llenin las medías,
¡porque me gieri que el muchacho y ella
no se puéan jartal de pan de trigo
ni un torresnino pa colalo tengan!...» 

Por aquí iba Francisco en sus pensares
cuando de pronto resonó ya cerca
el trote de la jaca que montaba
el amo que no daba la peseta
Y ante Francisco, en ademán airado,
gruñó el verdugo con la voz muy seca:
«No quiero jornaleros comodones
que a la sombra tan frescos se me sientan,
ni señoritos finos que se tardan
una hora en comerse la merienda.
La herramienta parada, tú sentado,
y luego, ¡que te paguen a peseta!
Te debo medio día, deja el corte
y a la noche te vas a por la cuenta.»
No dijo más, y al trote de la jaca
salió del olivar por la vereda.
Mirándole Francisco como a veces
suele mirar al domador la fiera,
murmuró con la voz un poco ronca,
preñada de amenazas y algo trémula.
«¡Me caso en Reus!... ¡Lo que yo jaría
si el chico y la mujel se me murieran!...»
Los sedientos (1901)
Vagando va por el erial ingrato,
detrás de veinte cabras,
la desgarrada muchachuela virgen,
una broncínea enflaquecida estatua.
Tiene apretadas las morenas carnes,
tiene ceñuda y soñolienta el alma,
cerrado y sordo el corazón de piedra,
secos los labios, dura la mirada...
Sin verla ni sentirla
la estéril vida arrastra
encima de unas tierras siempre grises,
debajo de unas nubes siempre pardas.
Come pan negro, enmohecido y duro,
bebe en los charcos pestilentes aguas,
se alberga en un cubil, viste guiñapos,
y se acuesta en un lecho de retamas.
No sueña cuando duerme,
no piensa cuando vela desvelada;
si sufre, nunca llora;
si goza, nunca canta,
y vive sin terrores ni deleites,
que no la dicen nada
ni los fragores de las noches negras,
ni los silencios de las noches diáfanas,
ni el rebullir del convecino sapo,
ni los aullidos de la loba flaca
que yerra sola venteando carne
de chivos y de cabras.
Nunca sintió las alboradas tristes,
nunca sintió las bellas alboradas,
ni el ascender solemne de los días
ni la caída de las tardes mansas,
ni el canto de los pájaros,
ni el ruido de las aguas,
ni las nostalgia del rumor del mundo,
ni los silencios que el erial encalman.
Su padre fue el pecado,
su madre, la desgracia,
y otra pareja infame
de carne estéril y de infames almas,
la robó de la cuna de los huérfanos
con hórrida codicia calculada.
El mirar de sus ojos ofendidos
por el erial resbala
como el osado pensamiento humano
que osa escrutar los reinos de la nada.
Ciegos los ojos, sordos los oídos,
la lengua muda y soñolienta el alma,
vagando va por el erial escueto
detrás de veinte cabras
que las tristezas del silencio ahondan
con la música opaca
del repicar de sus pezuñas grises
sobre grises fragmentos de pizarras...

Rosalía de Castro
Y estamos llamados a ir retrocediendo ligeramente en el tiempo, para seguir el hilo “tierra-desenvolvimiento interior-salida en busca de un porvenir mejor”. Nos acercamos, así, a Rosalía de Castro, la poeta gallega de Santiago de Compostela, fallecida en Padrón, a los cuarenta y ocho años de edad, que relata como pocos la vida de aquellos que se ven obligados a emigrar para buscarse el pan que en su tierra no tienen. ¡Con qué desgarro nos muestra el desamparo y la “saudade” de tantos trabajadores que desde Galicia y toda la Raia/Raya empobrecida marchan “a las Américas”, esperanzados y después tan nostálgicos!
“En las orillas del Sar” (1874). Rosalía de Castro (1837-1885) https://www.youtube.com/watch?v=W3U_-TJv8Qs

En la última noche,
la noche de las tristes despedidas,
y apenas si una lágrima empañaba
sus serenas pupilas.
Como el criado que deja
al amo que le hostiga,
arreglando su hatillo, murmuraba
casi con la emoción de la alegría:

   -¡Llorar! ¿Por qué? Fortuna es que podamos
abandonar nuestras humildes tierras;
el duro pan que nos negó la patria,
por más que los extraños nos maltraten,
no ha de faltarnos en la patria ajena.

   Y los hijos contentos se sonríen,
y la esposa, aunque triste, se consuela
con la firme esperanza
de que el que parte ha de volver por ella.
Pensar que han de partir, ése es el sueño
que da fuerza en su angustia a los que quedan;
cuánto en ti pueden padecer, oh, patria,
¡si ya tus hijos sin dolor te dejan!

Volved, que os aseguro    
que al pie de cada arroyo y cada fuente
de linfa trasparente
donde se reflejó vuestro semblante,
y en cada viejo muro
que os prestó sombra cuando niños erais
y jugabais inquietos,
y que escuchó más tarde los secretos
del que ya adolescente
o mozo enamorado,
en el soto, en el monte y en el prado,
dondequiera que un día
os guió el pie ligero...,
yo os lo digo y os juro
que hay genios misteriosos

que os llaman tan sentidos y amorosos
y con tan hondo y dolorido acento,
que hacen más triste el suspirar del viento
cuando en las noches del invierno duro
de vuestro hogar, que entristeció el ausente,
discurren por los ámbitos medrosos,
y en las eras sollozan silenciosos,
y van del monte al río
llenos de luto y siempre murmurando:
«¡Partieron...! ¿Hasta cuándo?
¡Qué soledad! ¿No volverán, Dios mío?»

   Tornó la golondrina al viejo nido,
y al ver los muros y el hogar desierto,
preguntóle a la brisa: -¿Es que se han muerto?
Y ella en silencio respondió: -¡Se han ido
como el barco perdido
que para siempre ha abandonado el puerto!


Pasando del verso a la prosa -y una vez más con el problema de la tierra que no se posee-, seguimos en ese cambio de siglo XIX al XX con dos autores rayanos imprescindibles: Manuel Ribeiro, nacido en Albernoa (Beja-Alentejo), también muerto tempranamente, con 36 años, pero que nos ha dejado obras tan conmovedoras como “Planicie heróica”, editada póstumamente, donde nos presenta la triste realidad de los desposeídos frente a los grandes detentadores de la tierra. Y Felipe Trigo, nacido en Villanueva de la Serena (Badajoz), que a los cincuenta y dos años se suicidaría, tras una vida intensa, coronada por el éxito como novelista, cuya obra “Jarrapellejos” es uno de los mejores retratos del caciquismo de comienzos del siglo XX y del problema de la propiedad latifundista absentista.
“Planicie heróica” (1927), de Manuel Ribeiro (1878-1914):
A todos ruía uma ambição: ter. Ter terra, uma morada de casas, carro e parelha de bestas. Mas, por desgraça, a terra estava ainda em regime latifundiário. Alguns lordes dominicais, que ninguém conhecia, que nunca ninguém vira, senhoreavam as mayores herdades da redondeza, todas grandes como condados, e estendia o temor da sua soberania absoluta por tudo quanto a vista abarcava, léguas e léguas cuadradas de montado e lavra. Ninguém se insurgia. Tudo achava legítima a posse: cada um é señor daquilo que é seu. Mas roía-os o desespero desta sina maldita que lhes fechavam a eles e a seus filos, como fechara já a seus pais, a posse daquela terra que eles tinham criado e feito com tanto esforço e amor, a terra que era o seu sangue e vida, e que um qualquer que a não conhecia nem andava nela, podia orgullosamente dizer: É minha! – e deitá-los para fora dela, quando muito bem quisesse.


“Jarrapellejos” (1914) , de Felipe Trigo (1864-1916):
¡Pobre Patria, tanto más digna de cariño cuanto más decaída a la presente condición por torpezas de sus hombres!... Leguas y leguas de rañas, de estériles jarales, que se pudieran roturar; tierras que debieran cambiarse de cultivo; latifundios a repartir entre los pobres; saltos de agua en futura industria utilizables, y puntos de la ribera de más sencilla acometida para el riego de los campos…


Avanzando unos años, nos enfrentamos con dos autores de amplio reconocimiento a finales del siglo XX y comienzos del XXI. El extremeño de Casas de Don Pedro (Cáceres), Pedro de Lorenzo, novelista y periodista de amplísima trayectoria, en cuya novela “Gran Café” nos ofrece unas interesantes consideraciones sobre la necesidad de la Reforma Agraria durante la II República española en Andalucía y Extremadura, y el ribatejano de Azinhaga, José Saramago, Premio Nobel de Literatura, que en la novela “Levantado do Chão” hace lo mismo con respecto a la Reforma Agraria de la Revolução dos Cravos de 1974 en las tierras de Ribatejo y Alentejo.
“Gran Café” (1974), de Pedro de Lorenzo (1917-2000):
Pues ese otro año de 1933 -narra el cacereño Pedro de Lorenzo en su novela Gran Café-, que es al que me refiero, otra vez se fueron a las fincas. Y otra vez la Guardia Civil mandó desalojar las tierras ocupadas. Había terrenos que no se cultivaban desde mediado el siglo XIX. Fincas de pasto y encina. La más parcelada ese año fue Las Golondrinas, lindera a La Quintana. Las Golondrinas es una dehesa enorme. Se les aconsejó, al echarlos, que aguardasen la reforma agraria. Y lo que ellos decían:
- Para entonces ya se ha pasado el tempero.


“Levantado do Chão” (1980), de José Saramago (1922-2010):
Estava o trigo na terra e não o ceifaram, não o deixam ceifar, searas abandonadas, e quando os homens vão pedir trabalho, Não há trabalho, que é isto, que libertação foi esta, então já se fala que vai acabar a guerra em África e não acaba esta do latifúndio. Tanto se apregoou de mudanças e de esperanças, saíram as tropas dos quartéis, coroaram-se os canhões de ramos de eucalipto e os cravos encarnados, diga vermelhos, minha senhora, diga vermelhos, que agora já se pode, andam aí a rádio e a televisão a pregar democracias e outras igualdades, e eu quero trabalhar e não tenho onde, quem me explica que revolução é esta.


Una pequeña muestra, en fin, de escritores “rayanos” de los siglos XIX y XX, que claramente apuestan por el ser humano, su dignidad, la vida de dificultades y sufrimientos de los más inermes, el transcurrir cotidiano en nuestros pueblos. Muestra ampliable a tantos autores de la Raia/Raya, que unen a su indudable calidad literaria una extraordinaria sensibilidad, testimonio histórico y vital de lo que tanto podemos aprender.

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