viernes, 28 de abril de 2017

CERVANTES, RESENDE, CAMÕES Y EL USO DE LA ARTILLERÍA


Moisés Cayetano Rosado
  
El 23 de abril, Día Internacional del Libro, conmemorábamos el fallecimiento (más exactamente enterramiento) de Miguel de Cervantes, con lo que en distintos ámbitos hemos dado un repaso a su “Don Quijote de la Mancha”. Y como, por otra parte, estamos con el ajetreo de la organización de las “VI Jornadas de Valorización de las Fortificaciones Abaluartadas de la Raia/Raya luso-española” -a celebrar en Almeida los días 29 y 30 de este mismo mes-, me he detenido en su Capítulo XXXVIII de la Primera parte: “Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y de las letras”.
Allí podemos leer un párrafo  curioso: Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra.
En tan larga reflexión podemos ver el ideal del caballero medieval, apegado al enfrentamiento “cuerpo a cuerpo”, confiando en la fuerza de su brazo y su pericia, y contrapuesto al uso de la pirobalística (armas de fuego), en frenético desarrollo, que dará origen al levantamiento de fortificaciones artilleras y abaluartadas, pegadas al terreno como caparazón de crustáceo, dejando atrás el modelo de castillo altivo, soberbio en su altanera esbeltez, pero vulnerable a los tiros de cañón.
Esta primera parte de El Quijote sería publicada en 1605, cuando ya la artillería en auge suplantaba en el enfrentamiento bélico a la caballería, con lo que el valeroso y ensoñador “Caballero de La Triste Figura” aparece como un romántico “desfacedor de entuertos” que induce a la chacota por parte de los que lo contemplan. Los tiempos estaban cambiando, pese al ideal heroico de la caballería andante, que había perdido su lugar, cediendo el paso a la artillería, tanto ofensiva como defensiva, de gran aparataje en maquinaria y personal a su servicio.
Pero incluso 90 años antes encontramos un lamento muy similar en el gran poeta de Évora García de Resende, que en su “Cancioneiro Geral” escribe:
Não deixa de aver agora
tais homes como passados
mas se são avantajados
são mortos em uma hora
antes de ser afamados:
que a muita artilharia
destroy a cavalaria,
e depois que se usou,
nos homes se não falou
como dantes se fazia

¡Parece que Cervantes conociese la obra de Resende, porque la idea es la misma, con el mérito para el poeta portugués de que la escribió en los comienzos de la generalización de las armas de fuego, de comienzos del siglo XVI!
Entre la sin par novela y el extraordinario cancionero, se nos ofrece otra obra inmortal donde la transición de la neurobalística (maquinarias de guerra por tensión de cuerdas) a la pirobalística (armas de fuego, como quedó dicho) está presente en multitud de sus magníficos versos. Me refiero a “Os Lusíadas” (1572) de Luis de Camões. Nótese la fuerza de la artillería descrita brevemente en estos versos de su de su “Canto Primero, estrofa 68”:
As bombas vêm de fogo, e juntamente
as panelas sulfúreas tão  danosas;
porém aos de Vulcano não consente
que dêem foog às bombardas temerosas

O del último, “Canto Décimo, estrofa 36”:
Raios de fogo irão representando,
no cego ardor, os bravos domadores
quanto ali sentirão olhos e ouvidos
é fumo, ferro, flamas e alaridos

Son tiempos de cambio. Y de resistencia al cambio, de nostalgia por la “valerosidad caballeresca” diluida en el fragor artillero, De admiración ante los “rayos de fuego” que sustituyen al agudo entrechocar de las espadas y el lanzamiento de saetas o pedruscos desde la tensión de las catapultas, que van quedando atrás como los castillos verticales -obstaculizadores del asalto-, sustituidos por las fortalezas agazapadas en el terreno, a salvo del fuego enemigo, y dotadas de profundas aberturas para cañones cada vez más potentes.

Volvamos hoy, tras el “fragor” del Día del Libro, en el reposo y tras el impulso de las efemérides, a nuestros grandes clásicos de la transición en el arte de las armas, que tanto inspiraron sus obras monumentales, hasta hacer parte consustancial de las mismas. Nosotros trataremos de desentrañar, entre otras muchas cosas, en esas Jornadas que se nos avecinan, sus consecuencias y el legado que suponen para la Historia y el Arte de nuestros rayanos territorios.

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