lunes, 10 de julio de 2017

EL HAMBRE DE VIVIR Y EL TIEMPO QUE DEVORA

Moisés Cayetano Rosado
Escucho, reescucho, vuelvo a escuchar La bohème. Voy de una a otra voz: me quedo, sí, con la de Charles Aznavour (autor, también, de la letra), y más en francés que en castellano; también la inolvidable Edith Piaf; no estuvo mal Dulce Pontes, en el Teatro romano de Mérida hace cuatro años, y voy de una a otra:
¡Esa música, esa melancolía! ¡Esas voces fantásticas, que arrullan y desgarran! ¡Esa letra nostálgica del mundo que se pierde, del tiempo que se arrastra!
Porque no es que hoy regresé a París, crucé su niebla gris,/ lo encontré cambiado, las lilas ya no están/ ni suben al desván/ moradas de pasión, soñando como ayer;/ rondé por mi taller, mas ya lo han derrumbado/ y han puesto en su lugar, abajo un café-bar y arriba una pensión. Y es que la niebla gris también estaba entonces, densa y fiel brotando de los fondos del río Sena; las lilas siguen luciendo su esplendor por los patios y por los bulevares, hermosas y oferentes; los pequeños talleres de Montmartre continúan acalmando pasiones de enamorados y de artistas.
¿Cuál es, entonces, la causa de tanto desconsuelo? ¡Ah!, lo expresa la canción un poco más atrás: teníamos salud, sonrisa, juventud. No, no es que París, la Tierra, tan lenta, hubieran cambiado, es que a veces sin comer y siempre sin dormir… la mesa del café felices nos reunía/ hablando sin cesar, soñando con llegar.
Desde muy joven, me acompañan estos versos del gran poeta español Dámaso Alonso: Hoy me miré al espejo, y luego dije:/ Alégrate, Dámaso, / porque pronto vendrá la primavera,/ y tienes veinte años. Cuando los leí por primera vez ansiaba llegar a tan “avanzada”, prometedora edad. Y llegas. Pasas luego.
Después, ya más mayor, Dámaso Alonso escribiría: Y ha de llegar un día / en que el mundo será sorda maraña / de vuestros fríos brazos,/ y una charca de pus el ancho cielo,/ raíces vengadoras,/ ¡oh lívidas raíces pululantes,/ ¡oh malditas raíces/ del odio/ en mis entrañas,/ en la tierra del hombre.
No es que París no sea lo que fue. No es el Mundo resulta ahora tan irreconocible tras unos cuantos años. Es que pasó una eternidad, un sinfín de choque de vagones. Un perder la esperanza, la luz y la alegría, llegando a la inmensa soledad, como la de Mujer con alcuza de este gran Dámaso, caminando entre sombras de un tren que no se para y donde ni siquiera encuentra revisor, mozo, empleado, conductor o mendigo, y ha preguntado/ y no le ha contestado nadie/ porque estaba sola,/ porque estaba sola ( https://www.poemas-del-alma.com/damaso-alonso-mujer-con-alcuza.htm).

Ahora bien, aunque el tiempo todo lo devore, hay que mantener las ansias, el hambre de vivir, y enmarcarse en la frente, en la conciencia, los versos del poeta romántico inglés William Wordsworth, llevados con maestría a la película “Esplendor en la hierba”, de Elia Kazan: Aunque mis ojos ya no puedan/ ver ese puro destello/ que en mi juventud me deslumbraba,/ aunque nada pueda devolver/ la hora del esplendor de la hierba,/ de la gloria en las flores,/ no debemos afligirnos,/ porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo. https://www.youtube.com/watch?v=8CPPj2efmEQ

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