jueves, 18 de enero de 2018

EL INFIERNO DE AQUELLOS INTERNADOS INFANTILES

Moisés Cayetano Rosado
Doctor en Geografía e Historia
Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación

Durante algunos años, me dediqué a estudiar con cierta intensidad la vida en ciertos internados infantiles de nuestro país. El discurrir diario de esa infancia recogida en centros asistenciales -bajo iniciativa de diputaciones provinciales o de tutela estatal-, procedentes de familias desestructuradas, de muy escasos recursos y /o necesidades especiales; también otras instituciones de formación específica, como pudieran ser Seminarios, o Correccionales -del Tribunal Tutelar de Menores-.
Recorrí centros por diversas localidades españolas, si bien profundicé especialmente en Barcelona, Madrid, Toledo, Olivenza y Badajoz. Fruto de ello fueron diversos reportajes publicados en medios informativos, que luego se transformarían en un libro publicado por la Editorial HOAC, de Madrid, en 1975, bajo el título de “Una niñez hundida en la tortura”.
Como por entonces ejercía mi profesión de Profesor de EGB (así se denominaba por esa época) en un centro concreto de Badajoz, y muchas de las experiencias y confidencias se me había hecho por jóvenes que habían residido allí (algunos, compañeros míos de profesión), aparte de compartir vivencias cercanas, algunos pensaron que me refería concretamente a ese lugar en todo lo contado. Aportaciones todas de cierta, e incluso mucha dureza, en cuanto a sentimientos, trato y carencias.
Hoy en día, algunos antiguos residentes de diversas localidades -¡casi tan mayores como yo!- publican sus testimonios desgarradores en redes sociales, que dan lugar a más aportaciones en sucesivos comentarios, reafirmando lo que exponía en aquel libro, por el que a punto estuve de ser llevado a los Tribunales de Justicia por la institución oficial que regía el centro que se sintió aludido.
¿De qué trataba en él? De severos castigos para mantener la disciplina; de las tremendas consecuencias que conllevaban actos tan inevitables como la incontinencia urinaria nocturna en chicos privados de afecto familiar; de la exposición a “vergüenza pública” o represalias en la concesión de permisos de salida, regalos, postres o estancia en lugares de expansión por cualquier menudencia. De la disparatada disciplina “militarista”. De la soledad, la incomprensión, la falta de empatía… Algo lamentablemente más común de lo que pudiera parecer en un buen número de aquellos internados.
No otra cosa más averigüé. Quiero decir que, aparte de los castigos corporales -a veces de enorme dureza-, las humillaciones, el desamparo, la extrema necesidad de cariño muy pocas veces compensada, no conocí esa otra cara del problema que ahora, tantas veces, nos descubren los medios de comunicación: el sometimiento a los abusos sexuales que están solventándose en instancias judiciales, a veces cometidos por quien se supone que más habrían de proteger al menor, los propios cuidadores e incluso tutores oficiales, siendo algunos miembros de instituciones religiosas.
Ya hace más de cuarenta años que indagué en aquel mundo de dolor. Y aquellos que lo padecieron, e incluso lo han seguido padeciendo después, arrastran en su interior esa desgarradora experiencia infantil y juvenil. Aquella corporal y afectiva, y… ésta que nadie me confesó y ahora se airea de manera aterradora.
Ésta, tan deleznable, y que ahora sí me comentan algunos testigos de los hechos, e incluso víctimas de los mismos, en esta “segunda vuelta” de mi versión de “Una niñez hundida en la tortura” que… no voy a escribir, porque el infierno de aquellos internados infantiles ya está suficientemente divulgado, ampliado en esta nueva perspectiva, tan terrible, y renovada incluso por oficiantes de antaño y otros que se les unen, animados por la vulnerabilidad de nuevos colectivos infantiles, e incluso de las propias “familias” que deberían ser su amparo.

Pero dejo estas líneas de recuerdo, y de denuncia de lo que sigue siendo noticia desgraciadamente todavía, para continuar llamando a la conciencia colectiva, y porque quedan testigos y víctimas que luchan por la Justicia todavía, e insisten uno, y otro, y otro, en pedirme este acto de recuerdo y esta llamada de atención, que espero sirva para aliviarles su dolor y estimular a que entre todos consigamos que no queden impunes estos horrendos atropellos a la dignidad y la vida de los seres más vulnerables de nuestra sociedad.

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